Durante muchos años hice una recreación de Dn. Alfredo DiStefano en programas de radio y televisión, en encuentros empresariales, en conferencias… Tal vez, de todos los personajes que yo he recreado, Dn. Alfredo fuera mi preferido, en la medida en que reducía cualquier cuestión a su esencia. Tal vez el discurso que más repetido fuera ese en el que decía: “En fútbol, gana el equipo que mete más goles que el contrario. Pero a los muchachos hay que explicarles qué es un gol: gol es cuando la bola atraviesa la línea entre los tres palos, porque, si atraviesa la línea por fuera de los palos, la cagaste. Y conviene meterle gol al portero que menos conoces”. Después de esa afirmación explicaba las excepciones en las que pudiera ser mejor meterle gol al portero que más conoces. algo que puede suceder con algún fichaje y cambio de equipo de por medio. Ese discurso lo hacía mi Dn. Alfredo porque creía que muchos entrenadores volvían locos a los chicos con tanto discurso táctico y se olvidaban de lo fundamental, de la esencia.
De alguna forma creo que vivimos en un mundo que con demasiada frecuencia pierde de vista lo fundamental y se queda enredado en lo accesorio. Hemos salido del entorno de la familia, del entorno local en el que durante siglos nos desenvolvimos para hacerlo en uno global en el que acaba afectándonos lo que un sujeto haga o decida en cualquier otra parte del mundo. Ordenar, comprender, asimilar la ingente cantidad de información que nos llega cada día es una tarea compleja y da la impresión de que caminamos en busca de respuestas sin saber a qué preguntas. Por eso desde hace algún tiempo defiendo las preguntas (sobre todo las preguntas tontas) como la mejor forma de acercase a la realidad.
Suelo participar con frecuencia en convenciones empresariales y, en una ocasión, di una charla a la red de ventas de una empresa de vidrio. Cuando les pregunté qué vendían, debieron pensar en la jeta que hay que tener para ir a hablar con ellos sin saber a qué se dedicaban. Pero, tal vez por educación, me dieron una respuesta unánime y bastante lógica: vidrio. A renglón seguido les pregunté: ¿estáis seguros de que vendéis vidrio? Se produjo un rumor en la sala, pensamientos de “cómo se nos ocurriría contratar a este” por parte de los organizadores… Era obvio que aquella empresa vendía vidrio y yo se lo estaba preguntando a las personas encargadas de hacerlo. Vendían vidrio y no había más que hablar. Pero cuando seguí hablando con ellos empecé a notar cierta receptividad hacia lo que yo les quería plantear: ¿y si os digo que vendéis confort con los vidrios que proporcionan aislamiento?; ¿y no vendéis acaso ahorro con ese mismo producto?; ¿acaso no vendéis seguridad con los vidrios blindados?; ¿o me equivoco si digo que vendéis diseño o creación de ambientes con los vidrios decorativos? Vendían vidrio, nadie duda de ello, pero vendían mucho más que vidrio, lo que debería tener consecuencias en su aproximación al cliente y en entender que su competencia iba más allá de otros fabricantes de vidrio.
Por tanto, una pregunta tonta puede derivar en respuestas que nos ayuden a comprender mejor nuestro entorno empresarial, social, político y hasta personal. Cuanto más sencilla sea esa pregunta mejor. Por esa razón, desde hace bastante tiempo tenía en mente un proyecto en torno a “El poder de las preguntas tontas”. Porque creo que, si nos las sabemos plantear (a veces no lo hacemos por obvias), nos pueden ayudar mucho en nuestro análisis de la realidad que nos rodea y replantarnos lo que parece obvio y se acepta como verdadero.
A partir de ahora, os invito a compartir estas “preguntas tontas” con la esperanza de que juntos encontremos las más adecuadas y, sobre todo, para que debatamos sobre sus respuestas.