Parte 2. Los políticos.
Una vez hemos hablado de los ciudadanos en la entrada anterior, toca preguntarse: ¿tiene razón Forges en su viñeta sobre los saludos?, ¿qué pasa en la política para que los casos que vamos conociendo conlleven fraudes millonarios? Estamos frente a hechos en los que las cifras que se mueven son siempre millonarias y, por tanto, la escalada en el grado de deshonestidad es exponencial. Una primera razón puede tener que ver con el hecho de que quienes tienen una tolerancia al engaño mucho mayor que la media vean en la política un campo abonado para dar rienda suelta a su deshonestidad y que, por tanto, se acerquen ya a ella con la idea de buscar su beneficio personal. De ese modo, el pocentaje de corruptos de altos vuelos podría ser mayor en este terreno que en otros porque ven en la política un terreno apropiado para practicar su “hobby” de enriquecerse a costa de los demás.
Sin embargo, entiendo que esa debe ser una minoría de casos y que lo normal es pensar que la mayor parte de quienes se han corrompido llegaran a la política con un factor de tolerancia asimilable a la población general. ¿Por qué, entonces, la política puede llevar a traspasar ese umbral?
Una primera razón puede tener que ver con una cierta sensación de impunidad. Un día uno no solo se lleva el lápiz y da un paso más. Se pringa por una pequeña recalificación y ve que no pasa nada. Después, da un nuevo salto y cobra una comisión por una adjudicación y tampoco pasa nada. Y, así, sintiéndose impune al ver que nada de lo que hace tiene consecuencias, acaba derivando en esos casos escandalosos y desenfrenados.
Dan Ariely habla también del engaño como infección. Cuando vemos a otras personas de nuestro entorno comportarse con deshonestidad, es probable que reconsideremos nuestros límites morales y acabemos acercándonos a su conducta. “Si ese se lo está llevando crudo, ¿por qué no me lo voy a llevar yo”, resumiría esa “filosofía de vida”. Es, por tanto, más que probable que personas que entraron en la política sin oscuras intenciones, al comprobar algún que otro caso de corrupción, pensaran que por qué ellos no podían aprovecharse de la situación y se inclinaran a buscar el beneficio propio antes que el colectivo.
El conocimiento de la corrupción provoca además un efecto de contagio social. Al comprobar que se trata de una práctica tan extendida, el ciudadano normal puede acabar modificando su brújula moral. Esa sensación de que yo pago impuestos para que esos nos roben puede provocar que quien se comportaba conforme a las normas piense que tal vez no pedir factura para ahorrarse el IVA pase a ser algo aceptable tal y como están las cosas. Y ese efecto contagio es difícil de evitar, porque de alguna forma se provee a los ciudadanos de coartadas para justificar determinados comportamientos.
El problema es que estamos en un punto de difícil vuelta atrás. El daño que se ha hecho es muy grande y la reparación, con una justicia lenta como la que tenemos, parece que no se llega a alcanzar nunca. Por tanto, si de verdad se pretende una regeneración, hay ponerse manos a la obra en serio, porque el contagio de la política se tiene que cortar de raíz.
¿Qué se puede hacer? Complicado. Lo hecho hecho está y, aparte de que la justicia actúe en todos los casos que conocemos hasta sus últimas consecuencias, en lo que debemos centrarnos es en qué hacemos a partir de ahora para que esta fiesta de las corruptelas no se vuelva a celebrar.
Una primera cuestión tiene que ver con ese primer paso más allá de los límites morales que considerábamos aceptables. Una vez se da ese paso, es muy probable que la tendencia cometer actos reprobables empiece a aumentar. Si sabemos que eso es así, uno de los principales objetivos sería centrarse en la detección temprana de la corrupción para frenarla en seco antes de que sea demasiado tarde. Una actuación decidida encaminada a establecer los controles para atajar casos que puedan parecer menores es una forma de impedir que vayan a mayores. Y, si se quiere ganar credibildad, sería muy bueno que los partidos tuvieran sus propias unidades de vigilancia con amplio poder e independencia y fueran los que denunciaran y llevaran a los tribunales a quienes hubieran pillado en prácticas sospechosas.
Por otra parte, la transparencia sigue siendo un elemento muy importante. La tecnología permite hoy poder a disposición detodo el que lo desee grandes cantidades de información, de tal forma que quien pueda sospechar de actuaciones irregulares tenga la posibilidad de consultar la documentación (recalificaciones, precios facturados, resolución de concursos…) que permita confirmarla o desecharla y actuar en consecuencia.
Los políticos deberían jugar un papel activo también contra quienes intenten sobornarles. Una pronta cooperación con las fuerzas de seguridad para actuar contra quienes compran voluntades sería una forma de mostrar a la ciudadanía el cambio de talante y desincentivar ese tipo de prácticas.
Creo que algunos dirigentes políticos honrados en lo personal (véase miminfinita bondad) han hecho un flaco favor a su partido y a la sociedad en su conjunto cayendo en una especie de ceguera ilusoria cuando les alertaron sobre lo que hacían ciertos colaboradores. De tal forma que cuando alguien les manifestó sus sospechas los mismos decidieron que no podía ser, que eso era un intento de dañar su prestigio, que cómo esa persona iba a comportarse inmoralmente… De esa forma, la política ha achicharrado muchas manos que se pusieron en el fuego mientras algunos corruptos seguían escalando en sus cuotas de poder pudiendo hacer y deshacer a su antojo porque nadie les vigilaba.
Por supuesto, los delitos de corrupción política tal vez no deberían prescribir y el corrupto debería devolver a la sociedad hasta el último céntimo robado. No sé si todo lo anterior es posible ni tan siquiera si es suficiente. Porque lo que me preocupa no es tanto los casos de corrupción pasada (cuantos más salgan a la luz y sean juzgados mejor) como los que hoy puedan estar naciendo sin que nadie se dedique a desactivarlos.
Acabo ya dando la bienvenida a la discrepancia, al acuerdo, a la crítica, a la aportación de ideas y perspectivas. Ojalá podamos construir un pequeño espacio de diálogo
1 comment
El problema es que nos empeñamos -por activa o por pasiva- en mantener un sistema corrupto e insostenible, que está ya globalizado. Todo es mentira, incluso la existencia de los antisistemas.