La pasada semana se produjo una protesta de unos cientos de venezolanos ante el Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela en España disconformes por la convocatoria de un acto bajo el lema “Venezuela por la justicia y la paz”. El embajador venezolano dijo que un grupo de reaccionario lo mantenía secuestrado y que no podía salir por una turba violenta que se lo impedía.
No se produjeron incidentes destacables más allá de que se profirieran gritos ante ese centro en los que, desde luego, no se apreciaba mucho cariño por el régimen venezolano. Se trata indudablemente de un hecho menor pero que plantea una derivada interesante sobre la que quiero detenerme un momento.
En una de mis consultas diarias a Twitter esa tarde vi que alguien había retuiteado lo siguiente.
Debo reconocer mi extrañeza al leer semejante cosa, así que me fui a ver el tuit original y comprobé que casi 1.200 personas habían dado a “me gusta” y que más de 2.700 lo habían retuiteado, cifras muy considerables (ya las quisiera para mi) sobre todo para una persona con menos de 900 seguidores. A continuación me puse a ver el video de escasos seis segundos de duración y escuché a la turba gritar. Debo confesar que al principio creí oir “Franco, Franco”, pero me resultaba tan fuera de contexto, que recordé las limitaciones que tiene nuestro cerebro y que, muy probablemente, el tuit que acababa de leer podía tener una extraordinaria influencia en mi percepción. Vi algunas de las respuestas que había generado el mismo y pronto se reprogramó mi cerebro al recibir la información de lo que gritaban era “narco” o “narcos” (la pronunciación de la s final no la marcan mucho los venezolanos). Donde antes oía “Franco” ahora escuchaba “narco”. Tal vez esta nueva información podía estar manipulando también mi percepción, pero, por un lado, vi un video en el que justo antes de gritar “narcos” se decía “narcogobierno” y, por otro, esa palabra tenía una explicación lógica mucho más plausible.
¿Por qué este hecho acaba teniendo tanta difusión? El epicentro de este terremoto lo tenemos localizado: el tuit de una persona con menos de 900 seguidores. Eso haría prever un escaso efecto, pero esos más de 2.700 retuits nos hablan de una onda expansiva desmesurada. Aquí entra en juego una de las características de las redes sociales: la agrupación por semejanza (personas de una misma ideología, con iguales aficiones, del mismo partido…). Esa forma de agrupación tiene como consecuencia una visión reduccionista del mundo: en el entorno de quienes admiran el régimen chavista la noticia de que sus detractores griten “Franco, Franco” está tan a favor de la causa, que se propaga y se difunde sin que se paren a pensar en lo absurdo de la situación, aunque, como yo, creyeran percibir esos gritos. Inmediatamente es munición contra la oposición venezolana, nos lo contamos los unos a los otros y reconfirmamos lo que siempre pensamos de esa “gentuza” que está contra Maduro. Por cierto,repasando la actividad del tuitero en cuestión, todavía no he visto ninguna rectificación ni reconocimeinto de que lo que afirmaba no era cierto. Para qué voy a fastidiar una bonita historia, pensará.
Pero el impacto de este bulo va mucho más allá, hasta el punto de que ni más ni menos que Nicolás Maduro, acaba haciéndose eco de esta versión, de tal forma que hoy hay millones de venezolanos convencidos de que en Madrid un grupo de opositores eran indudablemente fascistas porque gritaban “Franco, Franco”, aunque muy probablemente muchos de esos millones ignoren quién ese Franco que mencionaban.
Por tanto, y esa es una característica de los tiempos en que vivimos, alguien con un escaso número de seguidores en la red, genera un bulo basado en una ilusión auditiva que se magnifica por el eco que tiene entre quienes comparten su forma de pensar y ese bulo acaba siendo bendecido ni más ni menos que por el Presidente de una república. Hoy, al contrario de lo que dice el refranero, que es anterior al tiempo de las redes sociales, ya no se pilla a un mentiroso antes que a un cojo.
Como afirma Daniel Kahneman, una manera segura de hacer que la gente crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad. No cabe ninguna duda de que esta forma de manipulación basada en la facilidad cognitiva es una de las estrellas de esta época de la posverdad.
George A. Akerlof y Robert J. Shiller, en su libro “La economía de la manipulación”, afirman que las personas tendemos a pensar en términos de historias y que es precisamente esa base para nuestro pensamiento la que desempeña un papel fundamental a la hora de hacernos manipulables. De algún modo, vivimos constantes intentos de realizar injertos en nuestras narrativas, que persiguen hacernos llegar el mensaje adecuado para crear la historia adecuada para los intereses de quien quiere influirnos. Este “Franco, Franco” es uno de esos injertos que quieren incidir en una historia según la cual la oposición a Maduro no es más que gente de extrema derecha, fascistas como a él le gusta denominarles, deslegitimados para criticar su régimen. Y así, todos los días, consignas políticas, creadores de opinión o anuncios de todo tipo de productos quieren acabar moldeando nuestras historias para que compremos o pensemos lo que más les interesa.
Así que mi consejo es que desconfiemos de nuestras percepciones, a veces lo que vemos u oímos no es una fiel representación de la realidad, que abramos nuestras redes a formas de pensar divergentes y que, si aceptamos un injerto e nuestras narrativas, lo hagamos después de haberlo valorado convenientemente. Como Maduro en el siguiente video.