Los impuestos de las ciudades
El otro día vi un tweet en el que se publicaba una lista, en concreto una en la que se recogían las diez ciudades en las que más impuestos se pagan por habitante. El tweet en cuestión era Miguel Ángel Redondo, concejal de Ciudadanos del Ayuntamiento de Madrid. Obviamente, detrás de esa lista había una intencionalidad política y no me he parado a analizar la exactitud o no de las cifras, ya que lo que pretendo comentar no tiene que ver tanto con las mismas cuanto con los efectos que la publicación de determinadas listas puede tener. En cualquier caso, si alguien está interesado en comprobarlas, aquí tiene los datos en los que se basan.
Cuando vi la lista, mi primer pensamiento fue un “¡ay, madre!, que se den por fastidiadas las personas que viven en las ciudades con menos impuestos”. Me imaginé una reunión de responsables municipales analizando la lista y diciendo que, si Madrid cobra esos impuestos, hay margen para aumentar los nuestros. Sí, ya sé que hay partidos que abogan por la bajada de impuestos, pero mi impresión es que las listas tienen el peligro de agravar las tendencias que se intenta combatir con ellas.
La remuneración de los altos ejecutivos
En 1993 en EE.UU. se pretendió cambiar una tendencia que se venía agravando en las últimas décadas: con el paso del tiempo la brecha entre la remuneración de los altos ejecutivos y la de sus trabajadores se estaba aumentando. Si en los 60 cobraban 20 veces más, en 1980 había aumentado hasta 42 y en 1993 la proporción había aumentado hasta 131 veces. Hasta ese momento, ni las regulaciones ni las leyes ni los accionistas de las empresas habían podido frenar esa tendencia, así que las autoridades bursátiles federales pensaron que si obligaban a hacer públicas las remuneraciones de los altos ejecutivos se conseguiría un efecto de “avergonzamiento” que llevaría a los consejos a cambiar esa tendencia.
Una vez conocidas las cifras, entró en funcionamiento el gusto que tiene nuestro cerebro por comparar, algo que ya hemos comentado en otras publicaciones de este blog. Pero los altos ejecutivos no se fijaron en si sus remuneraciones eran sonrojantemente superiores a las de un trabajador medio o incluso muy bien remunerado, no. Lo que les importó fue cómo eran en comparación con la de los demás altos ejecutivos. “Pero bueno, ¿que el CEO de esa compañía gana 5 millones de dólares más que yo? Esto hay que arreglarlo”. Ese debió ser el pensamiento generalizado y, claro, como bajar el sueldo de los ejecutivos de otras empresas no está en las manos de uno, la forma más fácil de lograrlo era maniobrar para aumentar el propio. Lo que produjo la publicación de la lista fue justo el efecto contrario del buscado y la brecha ha seguido una escalada alcista que ha hecho que en 2016 los altos ejecutivos ganaran 347 veces más que sus trabajadores.
El peligro de las listas
Obviamente, son más las circunstancias que inciden en lo descrito, pero mi prevención hacia listas como la de los 20 ejecutivos mejor pagados en EE.UU. la hago extensiva a la de las ciudades que más carga impositiva tienen por habitante. Sol espero que el “yo no voy a ser menos” no acabe castigando al resto de ciudadanos, que los de Madrid ya tienen lo suyo.